Madre Rosario Fernández Pereira
Nació en Borreiros (Pontevedra) en día 1 de Mayo de 1908 .
Falleció en Borreiros (Pontevedra) el día 28 de Junio de 1992.
Hija de Celestino Fernández Pereira y Dolores Pereira; es la primera de siete hermanos.
Sintiéndose llamada por el Señor a la vida religiosa, la inicia en el Convento de Dominicas de Belvis (Santiago de Compostela) en el año de 1927.
“El día de los Santos Reyes” del año 1937, percibe una moción del Espíritu para fundar una Congregación Religiosa que siguiendo las huellas de los primeros cristianos se dedicaran a evangelizar a los pobres.
Su salud era delicada. Con grande entereza y fuerza de voluntad se sobreponía a la vida monástica muy rigorosa en aquel tiempo, aunque su débil organismo se resentía y enfermaba.
Por una grave dolencia de estómago y por prescripción médica, debía ser operada. Los médicos recomendaron se repusiera antes con su familia por lo que salió del Monasterio. Ella, sintió en su interior como una certeza de que jamás regresaría a su querido convento de Belvís.
El Señor realizaría su obra “El Señor me conducía”.
El día 11 de Abril de 1940 recupera la salud inesperadamente y esta gracia del Señor es el signo para iniciar la Fundación de la Congregación de Misioneras de María Mediadora.
La Madre Rosario era de carácter abierto y espontáneo, con gran capacidad de convicción y facilidad de relación con las personas.
Mujer de fe profunda en Dios, carismática y arriesgada, de gran amor a la Virgen María en su advocación de “Mediadora”, su espíritu emprendedor la conduce a “estar siempre en una actitud de búsqueda”, viviendo intensamente con tenacidad y fidelidad, el riesgo por todo lo que cree y ama. “DIOS PARA SUS OBRAS, TIENE SUS CAMINOS Y SUS TIEMPOS. PONGAMOS TODO EN MANOS DEL SEÑOR”
(M. Rosario).
La Madre Rosario vivió el profetismo con todas sus consecuencias, fue escogida por Dios para una misión específica dentro de la Iglesia, asumió con toda humildad sus incapacidades humanas, pero supo ser fiel hasta el final a la misión encomendada.
En lo más profundo de su ser, nunca dejó de vivir el espíritu de la Tercera Orden Dominicana y de añorar aquel hogar que fue para ella, durante años, el convento de las Madres Dominicas de Belvis.
Su paso por el mundo “fue un continuo éxodo”; un salir constante sin saber a ciencia cierta donde terminaba su búsqueda.
Tenía una profunda sensibilidad para captar los signos de los tiempos y gran visión de futuro, que le permitía vivir al mismo tiempo las dos realidades, compagina su espíritu soñador con la vida real.
Desde aquellos años, ella intuyó con claridad la necesidad de vincular a los laicos en las actividades de las religiosas e hizo, en los primeros tiempos ensayos para ello, creando una escuela en la que puso al frente a dos jóvenes maestras, que impartían las clases en la escuela del Convento.
Sus restos reposan en la cripta de la capilla de Piedralaves como era su voluntad.